Ernest Hemingway – Las nieves del Kilimanjaro

[…]
Ya no escribiría nunca las cosas que había dejado
para cuando tuviera la experiencia suficiente
para escribirlas. Y tampoco vería su fracaso
al tratar de hacerlo. Quizá fuesen cosas que uno
nunca puede escribir, y por eso las va postergando una
y otra vez. Pero ahora no podría saberlo, en realidad.
[…]

Guy de Maupassant – Suicidas

No pasa un día sin que aparezca en los periódicos la relación de algún suceso como éste:

«Anoche, los vecinos de la casa número tal de la calle tal oyeron dos o tres detonaciones y, saliendo a la escalera para saber lo que ocurría, entre todos pudieron comprobar que se habían producido en el cuarto del señor X. Al abrir la puerta de dicho cuarto –después de llamar inútilmente– vieron al inquilino tendido en el suelo, sobre un charco de sangre y empuñando aún el revólver con el cual se había ocasionado la muerte.”

«Se ignora la causa de tan funesta determinación, porque el señor X. vivía en posición desahogada y, teniendo ya cincuenta y siete años, disfrutaba de bastante salud.»

¿Qué angustiosos tormentos, qué ocultas desdichas, qué horribles desencantos convierten a esas personas, al parecer felices, en suicidas?

Indagamos, presumimos al punto, dramas pasionales, misterios de amor, desastres de intereses, y como no se descubre jamás una causa precisa, cubrimos con una palabra esas muertes inexplicables: «Misterio, misterio».

Una carta escrita poco antes de morir, por uno de los muchos que «se suicidan sin motivo», cayó en mi poder. La juzgo interesante. No descubre ningún derrumbamiento, ninguna miseria espantosa, nada de lo extraordinario que se busca siempre para justificar una catástrofe; pero pone de relieve la sucesión de pequeños desencantos que desorganizan fatalmente la existencia solitaria de un hombre que ha perdido todas las ilusiones y acaso explique –a los nerviosos y a los sensitivos, al menos– la tragedia inexplicable de «suicidios inmotivados».

Leámosla:

«Son ya las doce de la noche. Cuando haya escrito esta carta, voy a matarme. ¿Por qué? Trato de razonar mi determinación, para darme cuenta yo mismo de que se impone fatalmente, de que no debo aplazarla.

«Mis padres eran gentes muy sencillas y crédulas. Yo creí en todo, como ellos.

«Mi engaño duró mucho. Hace poco, se desgarraron para mí los últimos jirones que me velaban la verdad; pero hace ya bastantes años que todos los acontecimientos de mi existencia palidecen. La significación de lo más brillante y atractivo se me presenta en su torpe realidad; la verdadera causa del amor llegó incluso a sustraerme de las poéticas ternuras.

«Nos engañan estúpidas y agradables ilusiones que se renuevan sin cesar.

«Envejeciendo, me había resignado a la horrible miseria de las cosas, a lo vano de todo esfuerzo, a lo inútil que resulta siempre la esperanza: cuando una luz nueva inundó el vacío de mi vida esta noche, después de comer.

«¡Antes yo era feliz! Todo me alegraba: las mujeres al pasar, las calles, mi vivienda, y aun la hechura de mis ropas constituía para mí una preocupación agradable. Pero las mismas ideas, los mismos actos repetidos, monótonos, acabaron por sumergir mi alma en una laxitud espantosa.

«Todos los días, a la misma hora, durante treinta años, me levanté de la cama; y todos los días, en el mismo restaurante, durante treinta años, a las mismas horas, me servían los mismos platos mozos diferentes.

«Me propuse viajar. El aislamiento que sentimos en ciudades nuevas, en residencias desconocidas, me asustó. Sentíame tan abandonado sobre la tierra, tan insignificante, que volví a tomar el camino de mi casa.

«Y, entonces, la inmutable fisonomía de los muebles, fijos en el mismo lugar durante treinta años, las rozaduras de mis sillones, que yo conocí nuevos, el olor de mi casa –cada casa que habitamos, con el tiempo adquiere un olor especial– acabaron produciéndome náuseas y la negra melancolía de vivir mecánicamente.

«Todo se repite sin cesar y de un modo lamentable. Hasta la manera de introducir –al volver cada noche– la llave en la cerradura; el sitio donde siempre dejo las cerillas; la mirada que al entrar esparzo en torno de mi habitación, mientras el fósforo se inflama. Y todo me provoca –para verme libre de una existencia tan ruin– a tirarme por el balcón.

«Mientras me afeito, cada mañana me seduce la idea de degollarme, y mi rostro, el mismo siempre, que se refleja en el espejo con las mejillas cubiertas de jabón, muchas veces me hizo llorar de tristeza.

«Ni siquiera me complace tropezar con personas a las cuales veía con gusto hace tiempo; las conozco tanto que adivino lo que me dirán y lo que les diré; a fuerza de razonar con las mismas, descubrimos la ilación de sus ideas. Cada cerebro es como un circo donde un pobre caballo da vueltas. Por mucho que nos empeñemos en buscar otros caminos, por muchas cabriolas que hagamos, la pista no varía de forma ni ofrece lances imprevistos ni abre puertas ignoradas. Hay que dar vueltas y más vueltas, pasando siempre por las mismas reflexiones, por los mismos chistes, por las mismas costumbres, por las mismas creencias, por los mismos desencantos.

«Al retirarme hoy a mi casa, una insistente niebla invadía el bulevar, oscureciendo los faroles de gas, que parecían candilejas. Pesaba el ambiente húmedo sobre mis hombros como una carga. Seguramente hago una digestión difícil.

«Y una buena digestión lo es todo en la vida. Ofrece inspiraciones al artista, deseos a los jóvenes enamorados, luminosas ideas a los pensadores, alegría de vivir a todo el mundo, y permite comer con abundancia –lo cual es también una dicha. Un estómago enfermo conduce al escepticismo, a la incredulidad, engendra sueños terribles y ansias de muerte. Lo he notado con frecuencia. Es posible que no me matara esta noche, haciendo una buena digestión.

«Después de haberme acomodado en el sillón donde me siento hace treinta años todos los días, miré alrededor, creyéndome víctima de un desaliento espantoso.

«¿De qué medio valerme para escapar a mi razón macilenta, más horrible aún que la desordenada locura? Cualquier empleo, cualquier trabajo me parece más odioso que la acción en que vivo. Quise poner en orden mis papeles.

«Hacía tiempo que deseaba registrar los cajones de mi escritorio, porque durante los treinta últimos años había metido allí, al azar, las cartas y las cuentas. Aquel desorden llegó a preocuparme algunas veces; pero me sobrecoge una fatiga tal en cuanto me propongo un trabajo metódico y ordenado, que nunca me atreví a empezar.

«Esta noche me senté junto a mi escritorio y abrí, resuelto a preservar algunos papeles y romper la mayor parte.

«Quedeme de pronto pensativo ante aquel hacinamiento de hojas amarillentas; luego cogí una.

«¡Oh! Si aprecian en algo su vida, no toquen jamás las cartas viejas que guardan los cajones de su escritorio. Y si no pueden resistir la tentación de abrirlos, cojan a granel, con los ojos cerrados, los paquetes de cartas para tirarlos al fuego; no lean ni una sola frase, porque sólo ver la escritura olvidada y de pronto reconocida, los lanza en un océano de recuerdos; quemen esos papeles que matan; cuando estén hechos pavesas, pisotéenlos para convertirlos en impalpables cenizas… Y si no lo hacen así, los anonadarán como acaban de anonadarme y destruirme.

«¡Ah! Las primeras cartas no me han interesado; eran de fechas recientes y de personas que viven y a las que veo, sin gusto, con alguna frecuencia. Pero, de pronto, la vista de un sobre me ha estremecido. Al reconocer los rasgos de la escritura se han cubierto mis ojos de lágrimas. Era la letra de mi mejor amigo, del compañero de mi juventud, del confidente de mis esperanzas. Y se me apareció tan claramente, con su bondadosa sonrisa, tendiéndome las manos, que sentí un escalofrío penetrante; hasta mis huesos vibraron. Sí, sí; los muertos vuelven. ¡Lo he visto! Nuestra memoria es un mundo más acabado aún que el universo; ¡puede hacer vivir hasta lo que no existe!

«Con la mano temblorosa y los ojos turbios, recorrí toda su carta, y en mi pobre corazón angustiado he sentido un desgarramiento espantoso. Mis lamentaciones eran tan lastimosas, como si me hubiesen magullado las carnes.

«Así he ido remontándome a través de mi vida, como remontamos un río, luchando contra la corriente. Aparecieron personas olvidadas, cuyos nombres no puedo recordar; pero su rostro sí lo recuerdo. En las cartas de mi madre resucitan criados antiguos, el aspecto de nuestra casa y mil detalles nimios que una inteligencia infantil recoge.

«Sí; he visto de pronto los vestidos que usó mi madre en distintas épocas y, según la moda y según el tocado, mostraba una fisonomía diferente. Sobre todo me obsesionaba con un traje de seda rameado, y recuerdo que un día, llevando aquel traje, me amonestó dulcemente: ‘Roberto, hijo mío, si no procuras erguirte un poco, serás jorobado toda tu vida’.

«Luego, al abrir otro cajón, aparecieron las prendas marchitas de mis amores: un zapatito de baile, un pañuelo desgarrado, una liga de seda, trencitas de pelo, flores… Y las novelas de mi vida sentimental me sumergieron más en la triste melancolía de lo que no vuelve. ¡Ah! ¡Las frentes juveniles orladas con rubios cabellos, las manos acariciadoras, los ojos insinuantes, la sonrisa que promete un beso, el beso que asegura un paraíso!… Y ¡el primer beso!… Aquel beso delicioso, interminable, que ofusca la mirada, que abate la imaginación, que nos posee y nos glorifica, ofreciéndonos a la vez un goce ideal y la promesa de otros goces deseados.

«Cogiendo con ambas manos aquellas prendas tristes de lejanas ternuras, las cubrí de caricias furiosas y en mi corazón desolado por los recuerdos sentía resonar cada hora de abandono, sufriendo un suplicio más cruel que las monstruosas leyendas infernales. ¡Ah! ¿Por qué las abandoné o por qué me abandonaron?

«Quedaba por ver una carta fechada hacía medio siglo. Me la dictó el maestro de escritura: ‘Mamita de mi alma: hoy cumplo siete años. A esa edad ya se discurre; ya sé lo que te debo. Te juro emplear bien la vida que me has dado.

‘Tu hijo que te adora, Roberto’.

«Me había remontado hasta el origen. El recuerdo era desconsolador. ¿Y el porvenir? Quise profundizar en lo que me faltaba de vida, y se me apareció la vejez espantosa y solitaria, con su cortejo de achaques y dolencias… ¡Todo acabado para mí! ¡Nadie junto a mí!

«El revólver está sobre la mesa… Es tentador…»

No lean nunca las cartas de otros tiempos! ¡No recuerden viejas memorias!… Así es como se matan muchos hombres en cuya plácida existencia no hallamos el verdadero motivo de su fatal resolución.

Tim Burton – Vincent (esp)

Vincent Malloy tiene siete años
Es un niño amable pero algo huraño
Es bueno, obediente y muy educado
Pero el quiere ser como Vincent Price
Su ídolo sagrado.

No le importa vivir con su perro su gato y su hermana
Aunque preferiría compartir casa con murciélagos y arañas.

Allí jugaría con los horrores que inventara
Y vagaría por los oscuros pasilloS, solo y atormentado

Cuando viene su tía, Vincent parece un cielo
Pero se imagina sumergiéndola en cera hirviendo para su museo

Hace experimentos con su perro Abacrombie
Con el fin de crear un horrible zombi
Con ese espectro terrorífico para los hombres
Buscaría sus victimas por la niebla de Londres

Pero el no solo piensa en crímenes violentos,
Vincent pinta y de vez en cuando lee cuentos.
Mientras otros niños leen tebeos de acción
A vincent es Edgar Allan Poe quien llama su atención.

Una noche, cuando leía una historia horripilante
Algo le hizo palidecer al instante
Con tamaño disgusto su vida quedo derrumbada
Pues su bella esposa viva fue enterrada.

Debía cerciorarse de que había muerto
E intentando desenterrarla destrozo las flores del huerto.

Su madre lo envió a su cuarto como castigo
Desterrado en sus sueños a la torre del olvido.

Sentenciado a pasar el resto de su vida
Con el retrato de su amada que fue enterrada viva

y mientras lloraba sumido en la desesperación
Apareció su madre en la habitación
Y le dijo:
Si quieres puedes salir a jugar
Hace un día estupendo, lo puedes aprovechar.

Vincent trato de hablar pero no pudo
Los años de aislamiento lo volvieron casi mudo
Así que cogio su pluma y se puso a escribir
Estoy poseído por esta casa, nunca volveré a salir
Su madre le contesto:
Ni estás poseído ni estás medio muerto
Este juego tuyo es solo un invento
Eres vincent malloy, no eres vincent price
Y no estas loco ni atormentado, ¡caray!
Tienes siete años y eres mi hijo
Vete a jugar con otros niños, ¡te lo exijo!
Y tras este toque de atención abandono la habitación

Pero cuando vincent trato de sobreponerse
Las paredes empezaron a moverse
Crujían, temblaban y su horrible locura la cima alcanzaba.
Vio a Abacrombie ,su terrible esclavo
Y su mujer lo llamaba desde el otro lado
De la tumba nacían sus ecos
Y de las paredes surgían manos de esqueletos

Todas las desgracias que sus sueños atormentaban
Entraron en su vida mientras el gritaba.

Trato de escapar, de huir del horror
Pero su mustio cuerpo se derrumbo por el dolor

Débilmente, casi sin voz, recito “el cuervo” de Edgar Allan Poe
MI ALMA, ESA SOMBRA QUE ALLI FLOTA FANTASMAL
NO SE ALZARA NUNCA MAS.

[Vincent Leonard Price fue un actor de cine estadounidense, conocido por las películas de terror de bajo presupuesto en las que trabajó durante la última etapa de su carrera.
Participó con su voz en el álbum Welcome to my Nightmare de Alice Cooper, The Number Of The Beast de Iron Maiden, la famosa canción Thriller de Michael Jackson y en la versión en Ingles del corto VINCETN de Tim Burton].