— Bueno, dale, decime,
— ¡nah!, es una novela…
— aja
— En una novela no hace falta escribir la verdad, ni siquiera algo creíble
— ¡no!, no cómo, ¿qué no es creíble?
— ¡ah!, Benjamín…, la parte esa cuando, cuando el tipo se va a Jujuy
— sí, qué pasa…
— El tipo llorando como si fuera un desgarro
— sí, y qué
— y ella corriendo por el andén como sintiendo que se iba el amor de su vida
— bueno…
— y tocándose las manos a través del vidrio como si fueran una sola persona, y ella llorando, como si supiera que le esperaba un destino de mediocridad y desamor, casi cayéndose en las vías, como queriendo gritar un amor que nunca se había animado a confesar
— sí, sí fue así…, ¿o no fue así?
— …y si fue así…, por qué no me llevaste con vos.
[…]
— Y cómo sigue el expediente [la novela]
— no sé, si querés puedo poner que el tipo se pasó 10 años contando guanacos en la Puna de Atacama… y que cuando volví te encontré fiscal, casada, con dos hijos, ¿querés que ponga eso?
— sí, o que él volvió casado con una muñequita, Jugenia, preciosa, aristocrática…
— era una chica divina, qué culpa tenia ella si no la pude querer
— …qué final desagradable esta novela, eh!
— si, de mierda!…, ves!, no quiero dejar pasar todo de nuevo, cómo puede ser, cómo puede ser que no haga nada;
hace 25 años que me pregunto, y hace 25 años que me contesto lo mismo: dejá, fue otra vida, ya está, ya pasó, no preguntes, no pienses. No fue otra vida…, fue esta…, es esta. Ahora quiero entender todo…, ¿cómo se hace para vivir una vida vacía?, ¿cómo se hace para vivir una vida llena de nada?…, ¿cómo se hace?