Jose Andrea (voz de Mago de Oz) – El precio

[Todos y cada uno de nosotros, tenemos en nuestro interior un
demonio que nos hace dudar y que se enreda en el alma,
no dejandonos que veamos con claridad cual es el camino a seguir…
Esta es la historia de alguien que lucha contra sus demonios:
la adicción. ¿Cuales son los tuyos?]

Sé bien que algun dia
mi tormenta escampara
Espero, ¡mi vida!
que en mi, deje de nevar.

Tengo tanto que dar
pero mis demonios, no me quieren dejar.

Intentaré, si he de caer
incorporarme, cien veces cien,
sin importarme el precio
que haya que pagar.

Juro que no habra amanecer
en el que no luche por ser
libre al fin y no deje nunca de crecer.

El miedo me corteja.
Bailan mis dudas con mi mal.
El fracaso me aconseja
que no cante victoria hasta el final.

Perdi mi libertad
por creer que el mundo terminaba a mis pies.

¡Abrazame!, no me dejes caer.
Arrópame con la fuerza de ver
que mañana el sol saldrá
para mi también.

Ayudame, dame tu luz.
Comparte conmigo mi cruz.
Préstame constancia
mi niña, ¡préstame paz!

Jorge Luis Borges – Límites

De estas calles que ahondan el poniente,
Una habrá (no sé cuál) que he recorrido
Ya por última vez, indiferente
Y sin adivinarlo, sometido

A Quién prefija omnipotentes normas
y una secreta y rígida medida
A las sombras, los sueños y las formas
Que destejen y tejen esta vida.

Si para todo hay término y hay tasa
Y última vez y nunca más y olvido
¿Quién nos dirá de quién, en esta casa,
Sin saberlo, nos hemos despedido?

Tras el cristal ya gris la noche cesa
Y del alto de libros que una trunca
Sombra dilata por la vaga mesa,
Alguno habrá que no leeremos nunca.

Hay en el Sur más de un portón gastado
Con sus jarrones de manpostería
Y tunas, que a mi paso está vedado
Como si fuera una litografía.

Para siempre cerraste alguna puerta
Y hay un espejo que te aguarda en vano;
La encrucijada te parece abierta
Y la vigila, cuadrifronte, Jano.

Hay, entre todas tus memorias, una
Que se ha perdido irreparablemente;
No te verán bajar a aquella fuente
Ni el blanco sol ni la amarilla luna.

No volverá tu voz a lo que el persa
Dijo en su lengua de aves y de rosas,
Cuando el ocaso, ante la luz dispersa,
Quieras decir inolvidables cosas.

¿Y el incesante Ródano y el lago,
Todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino?
Tan perdido estará como Cartago
Que con fuego y con sal borró el latino.

Creo en el alba oír un atareado
Rumor de multitudes que se alejan;
Son lo que me ha querido y olvidado;
Espacio y tiempo y Borges ya me dejan.

—–

[fascinante visión de la muerte, ¿o del tiempo? ¿o del cansancio? ¿o de la ceguera?]

Ismael Serrano – Duermes

Duermes, mientras la ciudad
golpea el cristal con su llanto,
ajena a tu sueño.
Que pena que este milagro
de verte dormida en paz
no desborde el muro
de esta habitación.

Ojalá que mañana, cuando te
despiertes, duerma mi dolor.

Duermes, y bajo el flexo
una estudiante reza la locura
de huir con los muchachos
del camión de la basura.
Y, mientras los bares entierran
la culpa de esta gran ciudad.
Tantas soledades sin saber que duermes,
no pueden amar.

Duermes e insomne cruzo la casa
y te busco intranquilo,
porque sueño a tu lado,
aunque no duerma contigo.
Duermes, perdona mi maldita costumbre
de despertarte, porque tengo miedo
o porque llego tarde.

Duermes y un hombre escribe
versos frente a una computadora.
Temblando en la pantalla,
abre la caja de Pandora.
Y en un cuarto de hotel,
busca encendida en el minibar
el rumor de unas olas, una pareja
que esta noche no dormirá.

Duermes y un hombre llora
en un taxi mientras suena la radio.
Una mujer desnuda lo detiene
en un semáforo.
Nadie sabe que duermes,
no consta en los diarios.
Que lástima la gente que nunca besará
la paz sobre tus párpados.

Duermes e insomne cruzo la casa
y te busco intranquilo,
porque sueño a tu lado,
aunque no duerma contigo.
Duermes, perdona mi maldita costumbre
de despertarte, porque tengo miedo
o porque llego tarde.

Bernardo Bertolucci – El último tango en París

[…]
– No sé cómo llamarte.
– No tengo nombre.
– ¿Quieres saber el mío?
– ¡No, no! No quiero. No quiero saber tu nombre. Tú no tienes nombre y yo tampoco. Sin nombres.
– ¡Está loco!
– Quizá, pero no quiero saber nada acerca de ti. No quiero saber dónde vives ni de dónde eres. No quiero saber nada.
– Me está asustando.
– Nada. Tú y yo nos vamos a encontrar aquí, sin saber nada de lo que pase ahí fuera. ¿De acuerdo?
-¿Pero, por qué?
-Porque…Porque aquí no necesitamos nombres. ¿No lo entiendes? Vamos a olvidarnos de todo lo que conocemos. Todo… De todo el mundo, de todo lo que hacemos…de donde vivamos. Vamos a olvidarnos de eso, de todo, de todo.
-Pero yo no puedo. ¿Tú puedes?
-No lo sé. ¿Tienes miedo?
-No
-Ven
[…]