[…]
— Es el día en que nos conocimos.
Estabas junto al mar.
Apenas podía distinguirte en la distancia.
Recuerdo que incluso entonces me atrajiste.
Pensé: «Caray, qué raro.
Me atrae la espalda de alguien».
Llevabas esa sudadera anaranjada
que llegaría a conocer tan bien.
E Incluso a odiar, a la larga.
Por entonces pensé:
«Qué bueno. Una sudadera anaranjada».
— Hola… Te vi sentado solo aquí. Y pensé: «Gracias, Dios».
«Alguien que tampoco sabe cómo interactuar.»
— Sí. Nunca sé qué decir.
— Soy Clementine… ¿Me prestas un poco de tu pollo?
— Y entonces lo tomaste, sin esperar una respuesta.
Fue muy íntimo, como si ya fuésemos amantes.
Me llamo Joel.
— Hola, Joel. Nada de chistes con mi nombre.
— ¿Te refieres a Oh, querida, oh, querida
Oh, querida Clementina
o a Huckleberry Hound? ¿A ese tipo de cosas?
— Sí, a eso.
— No, nada de bromas…
De niño, una de mis cosas favoritas
era una muñeca de Huckleberry Hound.
Creo que tu nombre es mágico.
[…]