Txus di Fellatio – El Príncipe de la Dulce Pena (Parte I, II, III y IV)

Parte I

La tristeza es mi sangre,
Y a su vera mi vena
Donde mora de pena,
donde muere de hambre.

Hambre y melancolía,
de que la luna esté llena,
de amoríos y alegrías,
soy el príncipe de la dulce pena.

Un beso es donde tu terminas,
Y un abrazo tuyo mi abrigo.

Tú boca donde allí germina,
Mi delirio y mi muerte
Si es contigo.

Parte II

De la luz soy el desterrado,
tortuoso monólogo con la muerte,
llanto fúnebre del alunado.
Lloro lascivia, lloro mi suerte.
Lascivia demente de sacrílegos besos,
dulce amargura del paria caído.

Tu sangre es perfume, que una vez olido,
hacen que ebrios recorran tu cuerpo
mis labios, de tu palidez presos,
de tu juventud heridos.

Mi cuerpo en mi ataúd te espera,
hecho de tristeza, sexo y madera.
Tintado con la sangre de un río,
de tu lado oscuro, de tu rincón sombrío.

Todavía mi tumba tiene impregnado
el olor de tus últimos besos.
Todavía llora mi almohada tu ausencia,
porque te tiene tan lejos…,
que invoco tu nombre y aúllo a la luna:
‘Soy la inmundicia, el que solo te llena.
Soy el que soy, tu Príncipe, el de la Dulce Pena’.

Escucha mi jadeo que en tu cuello se aloja.
¿Luz o tinieblas? Que tu alma escoja.

Parte III

El diablo tararea
canciones susurradas al oído.
Blasfema caricia,
aunque vea mi muerte con cada latido.
Canta poemas de lúgubres versos,
acerca su boca y la pega a la mía.
Su aliento está muerto, sus labios son tersos,
me jura tristeza y melancolía.
Corrompe mi cuerpo con un solo beso.
Su cuerpo es de hembra, de hombre su sexo.
El diablo me canta a menudo un lamento
de noches eternas cuando hay luna llena.
Y cuando me toma y me usa, le cuento
que me traiga el infierno, mi dulce condena.
Señor de la inmundicia,
Príncipe de la Dulce Pena,
mi sangre me acaricia.
Hoy soy tuyo, hay luna llena.

Parte IV

¡Ven, recuéstate en mi soledad!
La amargura te acariciara
Ven y dale otra oportunidad
A la fría oscuridad

Siniestra noche, amargura y dolor.
Y en una lápida hacer el amor.
Clavo mis dientes en tú blanca piel
Hoy tengo sed.

Que el miedo baile en tu mirada
Que el viento gima por los dos
Y la sangre caerá antes que la luz del sol
Nos haga arder…¡quiero morir en ti!

Campo santo, lúgubre jardín,
Cruces góticas alrededor
Tumba abierta, dulce es el olor
Embriágate en el festín.

Llora la luna blasfemias en ti
Llora tristezas sobre mi ataúd
Cuerpos sin vida, mullido colchón
¡Hazme el amor!

Que el miedo baile en tu mirada
Que el viento gima por los dos
Y la sangre caerá antes que la luz del sol
Nos haga arder…¡quiero morir en ti!

Que el mal me haga hoy su esclava
La muerte me haga estremecer…

Que el miedo baile en tu mirada
Que el viento gima por los dos
Y la sangre caerá antes que la luz del sol
Nos haga arder…¡quiero morir en ti!

¡Ven, recuéstate en mí,
La amargura vendrá!
Probarás el sabor
de la muerte al besar

Decadencia, amargura,
Depresivo amor…

¡Ven y bebe de mí,
Morirás junto a mí!
Y esta tumba será
nuestro nicho de amor…

luna llena
luna muerta
necesito amor

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Parte II: http://www.goear.com/files/external.swf?file=048ecf9

Parte III: http://www.goear.com/files/external.swf?file=205c178

Parte IV: http://www.goear.com/listen/4ced017/el-principe-de-la-dulce-pena-(parte-iv)-mago-de-oz

Guy de Maupassant – Suicidas

No pasa un día sin que aparezca en los periódicos la relación de algún suceso como éste:

«Anoche, los vecinos de la casa número tal de la calle tal oyeron dos o tres detonaciones y, saliendo a la escalera para saber lo que ocurría, entre todos pudieron comprobar que se habían producido en el cuarto del señor X. Al abrir la puerta de dicho cuarto –después de llamar inútilmente– vieron al inquilino tendido en el suelo, sobre un charco de sangre y empuñando aún el revólver con el cual se había ocasionado la muerte.”

«Se ignora la causa de tan funesta determinación, porque el señor X. vivía en posición desahogada y, teniendo ya cincuenta y siete años, disfrutaba de bastante salud.»

¿Qué angustiosos tormentos, qué ocultas desdichas, qué horribles desencantos convierten a esas personas, al parecer felices, en suicidas?

Indagamos, presumimos al punto, dramas pasionales, misterios de amor, desastres de intereses, y como no se descubre jamás una causa precisa, cubrimos con una palabra esas muertes inexplicables: «Misterio, misterio».

Una carta escrita poco antes de morir, por uno de los muchos que «se suicidan sin motivo», cayó en mi poder. La juzgo interesante. No descubre ningún derrumbamiento, ninguna miseria espantosa, nada de lo extraordinario que se busca siempre para justificar una catástrofe; pero pone de relieve la sucesión de pequeños desencantos que desorganizan fatalmente la existencia solitaria de un hombre que ha perdido todas las ilusiones y acaso explique –a los nerviosos y a los sensitivos, al menos– la tragedia inexplicable de «suicidios inmotivados».

Leámosla:

«Son ya las doce de la noche. Cuando haya escrito esta carta, voy a matarme. ¿Por qué? Trato de razonar mi determinación, para darme cuenta yo mismo de que se impone fatalmente, de que no debo aplazarla.

«Mis padres eran gentes muy sencillas y crédulas. Yo creí en todo, como ellos.

«Mi engaño duró mucho. Hace poco, se desgarraron para mí los últimos jirones que me velaban la verdad; pero hace ya bastantes años que todos los acontecimientos de mi existencia palidecen. La significación de lo más brillante y atractivo se me presenta en su torpe realidad; la verdadera causa del amor llegó incluso a sustraerme de las poéticas ternuras.

«Nos engañan estúpidas y agradables ilusiones que se renuevan sin cesar.

«Envejeciendo, me había resignado a la horrible miseria de las cosas, a lo vano de todo esfuerzo, a lo inútil que resulta siempre la esperanza: cuando una luz nueva inundó el vacío de mi vida esta noche, después de comer.

«¡Antes yo era feliz! Todo me alegraba: las mujeres al pasar, las calles, mi vivienda, y aun la hechura de mis ropas constituía para mí una preocupación agradable. Pero las mismas ideas, los mismos actos repetidos, monótonos, acabaron por sumergir mi alma en una laxitud espantosa.

«Todos los días, a la misma hora, durante treinta años, me levanté de la cama; y todos los días, en el mismo restaurante, durante treinta años, a las mismas horas, me servían los mismos platos mozos diferentes.

«Me propuse viajar. El aislamiento que sentimos en ciudades nuevas, en residencias desconocidas, me asustó. Sentíame tan abandonado sobre la tierra, tan insignificante, que volví a tomar el camino de mi casa.

«Y, entonces, la inmutable fisonomía de los muebles, fijos en el mismo lugar durante treinta años, las rozaduras de mis sillones, que yo conocí nuevos, el olor de mi casa –cada casa que habitamos, con el tiempo adquiere un olor especial– acabaron produciéndome náuseas y la negra melancolía de vivir mecánicamente.

«Todo se repite sin cesar y de un modo lamentable. Hasta la manera de introducir –al volver cada noche– la llave en la cerradura; el sitio donde siempre dejo las cerillas; la mirada que al entrar esparzo en torno de mi habitación, mientras el fósforo se inflama. Y todo me provoca –para verme libre de una existencia tan ruin– a tirarme por el balcón.

«Mientras me afeito, cada mañana me seduce la idea de degollarme, y mi rostro, el mismo siempre, que se refleja en el espejo con las mejillas cubiertas de jabón, muchas veces me hizo llorar de tristeza.

«Ni siquiera me complace tropezar con personas a las cuales veía con gusto hace tiempo; las conozco tanto que adivino lo que me dirán y lo que les diré; a fuerza de razonar con las mismas, descubrimos la ilación de sus ideas. Cada cerebro es como un circo donde un pobre caballo da vueltas. Por mucho que nos empeñemos en buscar otros caminos, por muchas cabriolas que hagamos, la pista no varía de forma ni ofrece lances imprevistos ni abre puertas ignoradas. Hay que dar vueltas y más vueltas, pasando siempre por las mismas reflexiones, por los mismos chistes, por las mismas costumbres, por las mismas creencias, por los mismos desencantos.

«Al retirarme hoy a mi casa, una insistente niebla invadía el bulevar, oscureciendo los faroles de gas, que parecían candilejas. Pesaba el ambiente húmedo sobre mis hombros como una carga. Seguramente hago una digestión difícil.

«Y una buena digestión lo es todo en la vida. Ofrece inspiraciones al artista, deseos a los jóvenes enamorados, luminosas ideas a los pensadores, alegría de vivir a todo el mundo, y permite comer con abundancia –lo cual es también una dicha. Un estómago enfermo conduce al escepticismo, a la incredulidad, engendra sueños terribles y ansias de muerte. Lo he notado con frecuencia. Es posible que no me matara esta noche, haciendo una buena digestión.

«Después de haberme acomodado en el sillón donde me siento hace treinta años todos los días, miré alrededor, creyéndome víctima de un desaliento espantoso.

«¿De qué medio valerme para escapar a mi razón macilenta, más horrible aún que la desordenada locura? Cualquier empleo, cualquier trabajo me parece más odioso que la acción en que vivo. Quise poner en orden mis papeles.

«Hacía tiempo que deseaba registrar los cajones de mi escritorio, porque durante los treinta últimos años había metido allí, al azar, las cartas y las cuentas. Aquel desorden llegó a preocuparme algunas veces; pero me sobrecoge una fatiga tal en cuanto me propongo un trabajo metódico y ordenado, que nunca me atreví a empezar.

«Esta noche me senté junto a mi escritorio y abrí, resuelto a preservar algunos papeles y romper la mayor parte.

«Quedeme de pronto pensativo ante aquel hacinamiento de hojas amarillentas; luego cogí una.

«¡Oh! Si aprecian en algo su vida, no toquen jamás las cartas viejas que guardan los cajones de su escritorio. Y si no pueden resistir la tentación de abrirlos, cojan a granel, con los ojos cerrados, los paquetes de cartas para tirarlos al fuego; no lean ni una sola frase, porque sólo ver la escritura olvidada y de pronto reconocida, los lanza en un océano de recuerdos; quemen esos papeles que matan; cuando estén hechos pavesas, pisotéenlos para convertirlos en impalpables cenizas… Y si no lo hacen así, los anonadarán como acaban de anonadarme y destruirme.

«¡Ah! Las primeras cartas no me han interesado; eran de fechas recientes y de personas que viven y a las que veo, sin gusto, con alguna frecuencia. Pero, de pronto, la vista de un sobre me ha estremecido. Al reconocer los rasgos de la escritura se han cubierto mis ojos de lágrimas. Era la letra de mi mejor amigo, del compañero de mi juventud, del confidente de mis esperanzas. Y se me apareció tan claramente, con su bondadosa sonrisa, tendiéndome las manos, que sentí un escalofrío penetrante; hasta mis huesos vibraron. Sí, sí; los muertos vuelven. ¡Lo he visto! Nuestra memoria es un mundo más acabado aún que el universo; ¡puede hacer vivir hasta lo que no existe!

«Con la mano temblorosa y los ojos turbios, recorrí toda su carta, y en mi pobre corazón angustiado he sentido un desgarramiento espantoso. Mis lamentaciones eran tan lastimosas, como si me hubiesen magullado las carnes.

«Así he ido remontándome a través de mi vida, como remontamos un río, luchando contra la corriente. Aparecieron personas olvidadas, cuyos nombres no puedo recordar; pero su rostro sí lo recuerdo. En las cartas de mi madre resucitan criados antiguos, el aspecto de nuestra casa y mil detalles nimios que una inteligencia infantil recoge.

«Sí; he visto de pronto los vestidos que usó mi madre en distintas épocas y, según la moda y según el tocado, mostraba una fisonomía diferente. Sobre todo me obsesionaba con un traje de seda rameado, y recuerdo que un día, llevando aquel traje, me amonestó dulcemente: ‘Roberto, hijo mío, si no procuras erguirte un poco, serás jorobado toda tu vida’.

«Luego, al abrir otro cajón, aparecieron las prendas marchitas de mis amores: un zapatito de baile, un pañuelo desgarrado, una liga de seda, trencitas de pelo, flores… Y las novelas de mi vida sentimental me sumergieron más en la triste melancolía de lo que no vuelve. ¡Ah! ¡Las frentes juveniles orladas con rubios cabellos, las manos acariciadoras, los ojos insinuantes, la sonrisa que promete un beso, el beso que asegura un paraíso!… Y ¡el primer beso!… Aquel beso delicioso, interminable, que ofusca la mirada, que abate la imaginación, que nos posee y nos glorifica, ofreciéndonos a la vez un goce ideal y la promesa de otros goces deseados.

«Cogiendo con ambas manos aquellas prendas tristes de lejanas ternuras, las cubrí de caricias furiosas y en mi corazón desolado por los recuerdos sentía resonar cada hora de abandono, sufriendo un suplicio más cruel que las monstruosas leyendas infernales. ¡Ah! ¿Por qué las abandoné o por qué me abandonaron?

«Quedaba por ver una carta fechada hacía medio siglo. Me la dictó el maestro de escritura: ‘Mamita de mi alma: hoy cumplo siete años. A esa edad ya se discurre; ya sé lo que te debo. Te juro emplear bien la vida que me has dado.

‘Tu hijo que te adora, Roberto’.

«Me había remontado hasta el origen. El recuerdo era desconsolador. ¿Y el porvenir? Quise profundizar en lo que me faltaba de vida, y se me apareció la vejez espantosa y solitaria, con su cortejo de achaques y dolencias… ¡Todo acabado para mí! ¡Nadie junto a mí!

«El revólver está sobre la mesa… Es tentador…»

No lean nunca las cartas de otros tiempos! ¡No recuerden viejas memorias!… Así es como se matan muchos hombres en cuya plácida existencia no hallamos el verdadero motivo de su fatal resolución.

Mario Soto, Jorge Caldara – Pasional

No sabrás… nunca sabrás
lo que es morir mil veces de ansiedad.
No podrás… nunca entender
lo que es amar y enloquecer.
Tus labios que queman… tus besos que embriagan
y que torturan mi razón.
Sed… que me hace arder
y que me enciende el pecho de pasión.

Estás clavada en mí… te siento en el latir
abrasador de mis sienes.
Te adoro cuando estás… y te amo mucho más
cuando estás lejos de mí.

Así te quiero dulce vida de mi vida.
Así te siento… solo mía… siempre mía.

Tengo miedo de perderte…
de pensar que no he de verte.
¿Por qué esa duda brutal?
¿Por qué me habré de sangrar
si en cada beso te siento desmayar?
Sin embargo me atormento
porque en la sangre te llevo.
Y en cada instante… febril y amante
quiero tus labios besar.

¿Qué tendrás en tu mirar
que cuando a mí tus ojos levantás
siento arder en mi interior
una voraz llama de amor?
Tus manos desatan… caricias que me atan
a tus encantos de mujer.
Sé que nunca más
podré arrancar del pecho este querer.

Te quiero siempre así… estás clavada en mí
como una daga en la carne.
Y ardiente y pasional… temblando de ansiedad
quiero en tus brazos morir.

Walter Giardino – Mamma

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Siendo un niño no dejaba de soñar
Y era bueno no vivir la realidad
Y aunque el tiempo fue quedando atrás
Sé que cuidas de mis sueños

Hoy al mundo ya no lo contemplo igual
Tus palabras flotan en algún lugar
Y no es fácil dejar de creer
Cuando todo es tan distinto…

Cansado estoy de caminar
Quiero volver a nuestro hogar
Perdóname si no entendí
Si no escuche o no aprendí…
MADRE!

Aventuras, sólo quise alguna vez….
Y hoy los golpes, duelen mucho más que ayer
Si pudiera hoy volver atrás
Cuando todo es tan distinto…

Cansado estoy de caminar
Quiero volver a nuestro hogar
Perdóname si no entendí
Si no escuche o no aprendí…
MADRE!

Tanto que busqué, tanto me extravié,
En este camino irreal
Del fantasma de la gloria.