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– Este lugar es tan bello.
– ¿De verdad?
– Sí. Siéntate.
«Aquí en la isla el mar, y todo el mar…
sale de sí a cada instante.
Dice que si, dice que no, que no…
en el azul, en la espuma, cuando galopa dice que no, que no.
No puede estar tranquilo.
Me llamo Mar, repite…
azotando a una piedra
sin lograr convencerla.
Entonces, con siete lenguas verdes…
de siete tigres verdes, de siete
canes verdes, de siete mares verdes…
la recorre, la besa, la humedece…
…y golpea su pecho repitiendo su nombre.»
Entonces, ¿Qué te parece?
– Es extraño.
– ¿Extraño? Eres un crítico severo.
– No me refería a la poesía.
Es extraño… Es extraño como me sentía
mientras la recitaba.
– ¿Cómo te sentías?
– No lo sé. Las palabras iban de acá para allá.
– Como el mar.
– Exacto. Como el mar. Ese es el ritmo.
Es más, me vino el mareo.
No se explicarlo…pero me sentí como un bote
golpeado por todas estas palabras.
– ¿Un bote golpeado por mis palabras?
Mario, ¿sabes qué hiciste?
– No, ¿qué hice?
– Una metáfora.
– ¡No!
– Claro que sí.
– ¿De verdad?
– Sí.
– Pero no cuenta, porque no quería hacerla.
– Querer no es lo importante, porque
las imágenes nacen casualmente.
– Entonces, usted quiere decir….
No se si logro explicarme…
Por ejemplo, que el mundo entero…
incluso el mar, el cielo, la lluvia, las nubes…
– Ahora puedes decir: «Etcétera, etcétera».
– ¡Etcétera, etcétera!
¿El mundo entero es la metáfora de algo?…
¡Dije una estupidez!
– No, para nada.
– Hizo una cara extraña.
– Mario, hagamos un pacto.
Ahora me daré un baño y pensaré sobre tu pregunta.
Mañana te doy una respuesta.
– ¿De verdad?
– Sí.
[…]