Fedor Dostoievski – Crimen y castigo

[NOVELA]

[…]

Raskólnikov le apretó la mano, y salió. Se sentía enormemente desgraciado. Si, en aquel momento, le hubiera sido posible ir a alguna parte, adondequiera que fuese, y quedarse en ella completamente solo, incluso toda la vida, se habría considerado feliz. Pero en los últimos tiempos, aunque casi siempre estaba solo, no podía de ningún modo tener la impresión de soledad. A veces salía de la ciudad, iba por el camino real; en cierta ocasión, incluso penetró en un bosque; pero cuanto más solitario era el lugar, tanto más intensa era la sensación que experimentaba de que tenia cerca a alguien, la cual, sin ser terrible, le desazonaba, de modo que se apresuraba a regresar a la ciudad, a mezclarse con la gente; entraba en un figón o en una taberna, iba al Rastro o a la plaza del Heno. Ahí la sensación era menos penosa y a él le parecía hallarse más solo. En un fonducho al atardecer, había gente cantando canciones; Raskólnikov se pasó una hora entera escuchando, y más tarde recordó que le había resultado muy agradable. Mas, al fin otra vez la inquietud se apoderó de él; era como si un remordimiento de conciencia comenzara de pronto a torturarle. <<aquí estoy oyendo cantar canciones. ¿Es esto, acaso, lo que debo hacer?>>, pensó con mayor o menor claridad. De todos modos, al instante se dio cuenta de que no era aquello lo único que le inquietaba; había algo que requería una solución inmediata, algo que ni se podía abarcar con el pensamiento ni había modo de expresarlo con palabras. Todo se le embrollaba en la cabeza.

[…]

Federico Garcia Lorca – NEW YORK (OFICINA Y DENUNCIA)

A Fernando Vela

Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato.
Debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero.
Debajo de las sumas, un río de sangre tierna;
un río que viene cantando
por los dormitorios de los arrabales,
y es plata, cemento o brisa
en el alba mentida de New York.
Existen las montañas, lo sé.
Y los anteojos para la sabiduría,
lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.
He venido para ver la turbia sangre,
la sangre que lleva las máquinas a las cataratas
y el espíritu a la lengua de la cobra.
Todos los días se matan en New York
cuatro millones de patos,
cinco millones de cerdos,
dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,
un millón de vacas,
un millón de corderos
y dos millones de gallos
que dejan los cielos hechos añicos.
Más vale sollozar afilando la navaja
o asesinar a los perros en las alucinantes cacerías
que resistir en la madrugada
los interminables trenes de leche,
los interminables trenes de sangre,
y los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.
Los patos y las palomas
y los cerdos y los corderos
ponen sus gotas de sangre
debajo de las multiplicaciones;
y los terribles alaridos de las vacas estrujadas
llenan de dolor el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Yo denuncio a toda la gente
que ignora la otra mitad,
la mitad irredimible
que levanta sus montes de cemento
donde laten los corazones
de los animalitos que se olvidan
y donde caeremos todos
en la última fiesta de los taladros.
Os escupo en la cara.
La otra mitad me escucha
devorando, cantando, volando en su pureza
como los niños en las porterías
que llevan frágiles palitos
a los huecos donde se oxidan
las antenas de los insectos.
No es el infierno, es la calle.
No es la muerte, es la tienda de frutas.
Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles
en la patita de ese gato quebrada por el automóvil,
y yo oigo el canto de la lombriz
en el corazón de muchas niñas.
Oxido, fermento, tierra estremecida.
Tierra tú mismo que nadas por los números de la oficina.
¿Qué voy a hacer, ordenar los paisajes?
¿Ordenar los amores que luego son fotografías,
que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre?
No, no; yo denuncio,
yo denuncio la conjura
de estas desiertas oficinas
que no radian las agonías,
que borran los programas de la selva,
y me ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas
cuando sus gritos llenan el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.

Enrique Bunbury – Canción cruel

No creáis nunca lo que dicen por ahí
cualquiera puede escribir
y decir lo que piensa sin pensar
una ocurrencia, un rumor
un tostón folosofal, una línea sacada de contexto

es un buen pretexto para poder lanzar
tu arma arrojadiza
contra el resto de la humanidad
por tu forma de andar te reconocerán
al final el problema serás tú

y el tic tac del reloj
marca tus horas
cuenta hacia atrás
¿cuánto crees que te quedará?

podrás escribir a renglón seguido
un indulto, otro insulto
o lo que creas más injusto
puedes utilizar una creencia popular
un refrán o una mentira aprendida

qué tal escuchar
otras voces algo que no conoces
que te pueda apacionar
que te pueda sorprender
como la primera vez, por última vez

puedes utilizar una creencia popular
un refrán o una mentira aprendida

marca tus horas
cuenta hacia atrás
cuánto crees que te quedará.

[Escuchar aqui]


François Girard – Le Violon rouge (The Red Violin)

[FILM]

[…]

(Carta de Victoria a Frederick)
-Amado Frederick, pasé por la iglesia donde Geoffrey fue bautizado
y me acerco al puente de Rutherford. En otras palabras querido,
nos hemos despedido hace diez minutos y ya estoy perdida.
Vuelvo a mi libro con la esperanza de que estas palabras honestas
unan nuestros labios y tus manos a mi trémula piel.

(Carta de Frederick a Victoria)
-Querida Victoria, crees en el consuelo de las palabras,
yo no lo logro.
No hay palabra que me pueda hacer creer que no partiste.

(Carta de Victoria a Frederick)
-Mi amor, finalmente estoy en Moscú, estoy en Moscú…
y mi primera noche fue horrible. ¡Qué país tan aterrador!

(Carta de Frederick a Victoria)
-¿Qué tonterías son ésas?, ¿O por qué estás lejos?
No suspiraré por tu dolor. Si todo es tan desalentador,
aquí está mi simple receta…vuelve aquí.

(Carta de Victoria a Frederick)
-Frederick…anhelo tus caricias, busco tu esencia en mis ropas,
uno contra el otro, con los corazones colados.

(Carta de Frederick a Victoria)
-Debería haberte clavado a mi colchón mientras pude.
Serías la mariposa y yo el alfiler.

(Carta de Frederick a Victoria)
-Victoria, escucha, nuestro momento agoniza.
La música viene y va, mi amor.
Que todo lo que ya he dicho y que un día te dirás a ti misma
quepa en estas dos palabras. Vuelve Victoria, Vuelve.

[…]

(Carta de Victoria a Frederick)
– Amado Frederick, finalmente alcanzo a ver la verdad.
Una eternidad ha pasado desde la partida.
Una semana sin cartas y ya me estoy marchitando
como una flor en el desierto.
No sufriré más. Ya no leo ni escribo, por lo tanto,
no recibirás este aviso crucial.
vuelvo sea como pueda, mañana mismo, si lo logro.
entonces, ¿perdonarás la perdida de tiempo, esta locura egoísta?
¿Me aceptarás en tus brazos y con un beso borrarás cada hora
que pasé lejos de tu regazo?
Siento tu anhelo, amor. Ansío tus caricias.
Calma, mi corazón.

[…]